Hay tantas jacarandas en San Luis. Cuando llueve es día festivo, las calles se alfombran violeta.


Siempre he pensado que tendré una jacaranda 'cuando crezca', ahora he crecido, no sé bien hasta qué punto - uno nunca lo sabe- pero algo es cierto, ya no es lo mismo desde aquella primera afirmación.

Mientras avanzo sobre el pavimento todavía mojado no pienso en nada. Me divierte distinguir las flores caídas a distancia, esperando llegar ahí a donde me vuelvo a sorprender de aquel hermoso homicidio bajo mis pies.


El cielo ¡Qué dulce es mirar el arco que nace de los rayos celosos del sol!

Lo es ¿Verdad? Creo en el futuro cuando miro este cielo, creo en la atónita mueca de Walter Mercado; creo que la cruz contrastaba este azul aquel día, ese día.

¡Está por desvanecerse!

¡Ya se ha ido!

Lo sé.

Lo rompo, meto el plástico en mi boca mientras hojeo el libro que duerme siempre sobre mi cabecera.
Me gusta la palabra: Avellaneda. Me provoca leer más a Benedetti.
Disfruto roer el objeto de mi impaciencia, Enrique sigue gritando y no me molesta.

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